La capilla de San Andrés, situada en la calle Orfila, en pleno centro de Sevilla, fue antaño ermita y se encontraba agregada a un hospital fundado en el siglo XVI. En su larga historia no ha sufrido demasiados avatares si bien es destacable su expropiación en 1868, año de la revolución conocida como “La Gloriosa”, la misma que culminaría con el exilio de Isabel II a París. Afortunadamente fue devuelta en el año 1876 a sus dueños: el gremio de los Alarifes.
Se trata de una recoleta construcción de planta rectangular en la que destaca el presbiterio, situado en el frontal y elevado sobre el piso por varios escalones. La fachada fue sometida a una profunda reforma en el siglo XVIII, que le confirió aires barrocos. Probablemente fueran dichos trabajos dirigidos por Ambrosio de Figueroa, quien llevó a cabo Importantes proyectos en aquellos años en Sevilla si bien no existen documentos que permitan realizar con firmeza dicha dirección de los trabajos de remodelación. Realizada en ladrillo avitolado, existen dos pilastras pareadas de estilo toscano y orden gigante que delimitan un paramento central rematado con espadaña coetánea a los trabajos referidos al igual que la cúpula, que se encuentra cubierta por tejas organizadas a cuatro aguas.
La portada muestra traza clasicista y rasgos manieristas cuya factura se atribuye a Diego López Bueno y se fecha hacia el primer tercio del siglo XVII. Sobre la misma se puede observar una hornacina que aloja la imagen tallada en piedra de cuerpo completo del apóstol San Andrés, obra probablemente ejecutada a finales del mismo siglo. A ambos lados de la portada lucen dos imponentes retablos cerámicos en los que se encuentran representadas las imágenes de Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder en su Prendimiento y María Santísima de Regla si bien la imagen cristífera no se corresponde con la que tallara Antonio Castillo Lastrucci en 1945 sino la que previamente había sido titular de la hermandad, atribuida a Luisa Roldán, hoy día residente en la parroquia de la Juncal bajo la advocación de Nuestro Padre Jesús Cautivo en su Soledad. Según recoge Juan Carrero Rodríguez en sus Anales, el azulejo mariano fue bendecido en 1929 y el del Cristo en 1930. Ambos fueron realizados por Antonio Kiernam Flores, afamado pintor y ceramista, en la fábrica de Santa Ana. Nuestro querido hermano, el profesor José Roda Peña, señaló que la foto que inspirase el dibujo de la Virgen de Regla bien pudiera ser una fechada en los años 20 en la que se aprecia la saya que bordara Juan Manuel Rodríguez Ojeda y un manto procesional que, a día de hoy, no posee la hermandad y que tradicionalmente ha sido identificado como el diseñado por el mismo bordador, curiosamente vendido en 1930 (el profesor Roda Peña difiere de esta aseveración, defendiendo que no se trata de la misma prenda). Los retablos lucieron tejaroces de bella factura y estilo regionalista, que fueron retirados en 1961 debido a problemas de conservación y seguridad. En contra, los faroles que iluminan los azulejos han sido conservados hasta la actualidad.
En el interior de la capilla, llama poderosamente la atención la cúpula barroca, la cual arranca de un tambor polilobulado del que parten ocho plementos o sectores triangulares entre radios que confluyen en un florón central de yesería, mostrando unas superficies revestidas de pinturas murales que representan a los cuatro Evangelistas y a los Padres de la Iglesia.
El retablo central del altar mayor, obra de José Guillena de 1745 fue desmontado en 1974 y sustituido por el actual, más sencillo, obra de los sucesores de Castillo Lastrucci, quienes se encargaron de su dorado. El mismo fue bendecido en 1980. En él encuentran cobijo las imágenes titulares de nuestra hermandad. En relación al desaparecido retablo, del que existen muy escasos documentos gráficos, se trataba de una pieza perfectamente ajustada a la cabecera de la capilla, con hornacina central de pequeño tamaño destinada a la imagen de San Andrés. Sobre ella se situaba una cornucopia centrada por la cruz del santo. En las entrecalles laterales se disponían sendos nichos con sus respectivas repisas. En la parte superior, una cornisa rematada con volutas. El remate, semicircular o de medio punto dejaba en su centro otra pequeña hornacina.